Article publicat a: El País
Data de publicació: 12 de Juliol de 2013

El pacto es la fórmula, no el fin. El diálogo y la negociación, sus condiciones. Así como la generosidad y la responsabilidad. El objetivo -el fin- no es simplemente tener una voz única (de consenso), sino tener una idea política que pueda representar y liderar, proponer y resolver. El acuerdo de Granada es hasta donde puede -o quiere- llegar todo el PSOE. Pero no puede impedir al PSC tener una voz propia en Catalunya y España.

He expresado reiteradamente que así como resolviéramos las relaciones PSOE y PSC (y sus compromisos y pactos políticos), así sería vista nuestra oferta para las relaciones España-Catalunya. Granada refleja lo posible. Pero la política debe hacer posible lo deseable, lo conveniente, lo urgente. Y no es lo mismo. Este es el reto. El punto de encuentro que representa el acuerdo de Granada es necesario pero ya no es suficiente para la sociedad catalana, creo. Ni para España. El texto es impreciso para evitar el conflicto o la discrepancia. Es cierto que en política las ambigüedades permiten, a veces, avanzar. Pero la ambigüedad puede ser, también, percibida como incapacidad, recelo o cobardía. Sinceramente, si el PSOE no puede afirmar que España es un Estado plurinacional (con todo lo que ello significa), no podrá liderar el debate territorial y la reforma de nuestra arquitectura institucional. Algunas voces argumentarán que no lo niega. Es cierto. Pero es, precisamente, esta incapacidad para la claridad lo que nos aleja del problema y, en consecuencia, de su solución.

Mientras la reforma constitucional propuesta no llegue, los problemas seguirán ahí, agravados. Y si la reforma parece más difícil que la independencia (así puede ser percibida aunque sea erróneo), esta oferta política avanzará, irremediablemente, en Catalunya hasta vertebrar, todavía más, al conjunto de la sociedad. Se trata de credibilidad. Muchos catalanes ya no creen en las posibilidades de cambios profundos en España que permitan un futuro compartido. Nadie cree que sea más fácil, de la misma manera que nadie cree que España pueda reaccionar. Este es el bucle perverso de desconfianza. Atrapados entre la decepción y la incertidumbre. Intentamos un Estatut que interpretó, en positivo y confiadamente, el texto y el espíritu constitucional. Si aquello no fue posible, algunos pueden preguntarse ¿cómo va a serlo ahora la reforma constitucional, diez años después? Esa era la importancia del acuerdo de Granada.

No nos hagamos trampas a nosotros mismos. Necesitamos coraje, no mordaza. Ambición y no cautela. Deseo lo mejor para Catalunya y sus ciudadanos. Mi ambición nacional se expresa mejor con un proyecto compartido con España que sin él. No es así para una parte significativa de la ciudadanía catalana. Pero para ofrecer una tercera vía hoy, necesitamos un acuerdo político bilateral que permita el derecho a decidir y que conlleve una oferta política, financiera e institucional que ofrezca una última oportunidad antes que la frustración nos derrote a todos. ¿Va a ser esto más difícil que la reforma constitucional? Lo dudo. Este debería ser el núcleo de la propuesta del PSOE.

Granada es un paso. Pero la distancia a recorrer necesita zancadas, y parece que nos hemos plantado. Necesitábamos un movimiento continuo y trasladamos un “hasta aquí hemos llegado”. El coste de esta incapacidad puede ser altísimo. Desearía equivocarme, pero temo que no será así. Benedetti recordaba un grafitti que apareció un buen día en un muro de Quito y que rezaba “cuando teníamos todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas“. Pues eso, las preguntas ya cambiaron.

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El pacto es la fórmula, no el fin. El diálogo y la negociación, sus condiciones. Así como la generosidad y la responsabilidad. El objetivo -el fin- no es simplemente tener una voz única (de consenso), sino tener una idea política que pueda representar y liderar, a la vez que proponer y resolver. El acuerdo de Granada es hasta donde puede -o quiere- llegar todo el PSOE. Pero no puede impedir al PSC tener una voz propia en Catalunya y España. Esta idea la reflejan bien los mensajes de Rubalcaba y Navarro: para el primero, un punto de llegada; para el segundo, un punto de salida.

He expresado en reiteradas ocasiones que así como resolviéramos las relaciones PSOE y PSC (y sus compromisos y pactos políticos), así sería vista nuestra oferta para las relaciones España-Catalunya. Sería un testimonio ejemplar. Un modelo. Granada refleja lo posible. Pero la política debe hacer algo más. Debe hacer posible lo deseable, lo conveniente, lo urgente. Y no es lo mismo. Este es el reto. El punto de encuentro que representa el acuerdo de Granada es necesario pero ya no es suficiente para la sociedad catalana, creo. Ni para España. El texto es impreciso para evitar el conflicto o la discrepancia. Es cierto que en política las ambigüedades permiten, a veces, avanzar. Así ha sido en la cultura de la Transición, que hemos alargado hasta la extenuación. Las ambigüedades facilitan los acuerdos implícitos, ya que lo explícito no siempre lo permite. Pero la ambigüedad puede ser, también, percibida como incapacidad, recelo o cobardía. Sinceramente, si el PSOE no puede afirmar que España es un Estado plurinacional (con todo lo que ello significa), no podrá liderar el debate territorial y la reforma de nuestra arquitectura institucional. Algunas voces argumentarán que no lo niega. Es cierto. Pero es, precisamente, esta incapacidad para la claridad lo que nos aleja del problema y, en consecuencia, de la solución.

Mientras la reforma constitucional propuesta no llegue (imposible hoy con la mayoría del PP) los problemas seguirán ahí, agravados. Y si la reforma constitucional parece más difícil que la independencia (así puede ser percibida aunque sepamos que es erróneo), esta oferta política avanzará, irremediablemente, en Catalunya hasta vertebrar, todavía más, al conjunto de la sociedad. El tema central es de credibilidad. Muchos catalanes, tras el fracaso del Estatut, ya no creen en las posibilidades de cambios profundos en España que permitan un futuro compartido. Por eso avanza el independentismo. Nadie cree que sea más fácil, de la misma manera que nadie cree que España pueda reaccionar. Este es el bucle perverso de desconfianza. Atrapados entre la decepción y la incertidumbre. Intentamos un Estatut que interpretó, en positivo y confiadamente, el texto y el espíritu constitucional. Si aquello no fue posible, algunos pueden preguntarse ¿cómo va a ser posible ahora la reforma constitucional, diez años después, con la energía y ambición necesarias al menos para una generación entera? Esa era la importancia del acuerdo de Granada.

No nos hagamos trampas a nosotros mismos. Y menos entre los socialistas y si se quiere, en general, los progresistas. Necesitamos coraje, no mordaza. Ambición y no cautela. Deseo lo mejor para Catalunya y sus ciudadanos. Mi ambición nacional se expresa mejor con un proyecto compartido con España que sin él. No es así para una parte significativa de la ciudadanía catalana. Pero para ofrecer una tercera vía ahora, entre la independencia y el recentralismo (peligroso), el autonomismo (superado) o el federalismo (posible), necesitamos un acuerdo político bilateral que permita, entre otras cosas, el Derecho a Decidir. Ese es el reto hoy. Deseo otra España, pero mientras no llega (no puede o no quiere) resolvamos con inteligencia y ambición los problemas de Catalunya y de España, con una oferta política, financiera e institucional que permita una última oportunidad antes que la frustración nos derrote a todos. ¿Va a ser esto más difícil que la reforma constitucional? No lo creo. Este debería ser el núcleo de la propuesta del PSOE. Granada es un paso. Pero la distancia a recorrer necesita zancadas, y parece que nos hemos plantado. Se trataba de ponerse en marcha, en movimiento continuo. Y, en cambio, trasladamos un “hasta aquí hemos llegado”. El coste de esta incapacidad puede ser altísimo. Desearía equivocarme, pero temo que no será así. Benedetti recordaba un grafitti que apareció un buen día en un muro de Quito y que rezaba “cuando teníamos todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas”. Pues eso, las preguntas ya cambiaron.


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