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La encrucijada del socialismo catalán

  
Article publicat a: El País
Data de publicació: 6 de setembre de 2012

Para abordar los retos necesitamos menos pasión nacional y más pasión democrática

No es ningún secreto que el socialismo catalán atraviesa una profunda crisis, hasta el punto de que proliferan quienes o bien lo dan por muerto o bien achacan su maltrecho estado a errores de fondo en sus opciones estratégicas, cuando no al propio hecho de su misma existencia independiente del socialismo español.

Es especialmente sustantiva la crítica que se hace al socialismo catalán de haber desaprovechado sus años de gobierno para imponer su modelo de sociedad y desmontar el paradigma nacionalista, considerado como expresión de la hegemonía burguesa. Así lo defendía en estas mismas páginas José Luis Álvarez, en su artículo La lucha final de la burguesía catalana. Pero aquí hay un malentendido: no es lo mismo un partido nacionalista que un partido nacional, y el PSC es desde su nacimiento un partido nacional catalán, que reconoce Catalunya como un sujeto político con identidad propia, compartiendo por tanto los fundamentos básicos del catalanismo (reconocimiento nacional y autogobierno) y aportando al mismo la tradición federalista.

En consecuencia, nunca el PSC ha considerado que el autogobierno entrara en contradicción con su programa de reforma social, antes al contrario: para realizar dicho programa era y es necesario un potente instrumento político para llevarlo a cabo. Este es el sentido profundo de la reforma del Estatuto impulsada por el Gobierno de izquierdas y catalanista presidido por Pasqual Maragall y de la defensa que hizo del mismo José Montilla. Esta opción no significaba subordinarse a la hegemonía política e ideológica del nacionalismo conservador, sino precisamente la prueba de la voluntad de disputarle dicha hegemonía.

Pero además, el Estatuto era mucho más que un proyecto de autonomía para Catalunya, era un proyecto para España, pensado desde Catalunya. Era una oportunidad —si lo prefieren— para España y se perdió. La perdieron quienes se enorgullecían de laminar un texto refrendado, o impulsaron su recorte en el Tribunal Constitucional utilizándolo políticamente como tercera cámara (como recientemente ha advertido el profesor Rubio y Llorente). La perdimos, también, quienes cometimos algunos errores de cálculo o de método. Errores que fueron utilizados por quienes no querían la transformación de España ni tampoco permitir que Catalunya pudiera ir más allá como necesitaba, quería y reclamaba. El pensamiento centralista se impuso: si no puede ser para todos, que no sea para Catalunya. Así, aquellos cicateros y egoístas, nos han dejado en la encrucijada, haciendo el peor servicio posible a la causa que decían defender: España.

Esta es la cuestión que debemos afrontar, sin melancolía por lo que pudo ser y no fue. Se malogró el espíritu constitucional y, además, su letra es en parte incomprensible para una sociedad en la que ya más de la mitad de sus miembros no votaron la Constitución, simplemente porque no teníamos la edad o no habían nacido.

Esta oportunidad perdida nos deja en una encrucijada: o la independencia o una exigente y fuerte relación bilateral, específica y propia. Lamentablemente, será una relación más fría, más efectiva que afectiva, pero no por ello menos natural o democrática que en otros Estados complejos y diversos. Si España no quiere transformarse será una oferta menos eficiente (como Estado) y menos atractiva (como modelo), pero Catalunya ya no esperará más. Esta es la realidad. Se podrá, en un ejercicio de soberbia unitarista y centralista, no comprender, o no querer hacerlo, pero ya no se podrá ignorar. Este es el cambio y el reto al que debemos enfrentarnos.

En este contexto, ¿ha muerto el catalanismo político, y con él uno de sus pilares, el socialismo catalán, como proclaman los nuevos profetas? ¿Aquél que en su origen fundacional planteaba más Catalunya y otra España? Nos toca a una nueva generación de catalanistas y progresistas abordar el reto y la encrucijada con bases y ecuaciones nuevas, superando el bucle de recelos, decepciones y desconfianzas. Necesitamos más naturalidad para abordar los retos. Para entendernos: menos pasión nacional y más pasión democrática. Esta es la clave.

Los demócratas, cuando tienen disputas o desacuerdos, dialogan, acuerdan los procedimientos de resolución y resuelven en consecuencia. Incluso la ruptura. Dialogar y acordar. Esto es lo que hay que hacer. Con serenidad y respeto. Y veremos dónde llegamos. Pero la deriva impositiva (soberanistas) o restrictiva (centralistas), que está nutriendo de actitudes y fundamentos más viscerales que racionales, no presagia nada bueno, ni —lamentablemente— nuevo.

El PSC debe estar en esta encrucijada con posiciones más realistas y menos apriorísticas. Si lo prefieren, más cívicas y menos ideológicas, en el sentido clásico del término. Defendiendo sus ideas, necesariamente diversas si queremos seguir pareciéndonos a la sociedad catalana —como afirmamos con exceso de orgullo—, pero centrándonos en los valores y principios democráticos que todo proceso de negociación y pacto: respeto, claridad, coherencia y cumplimiento escrupuloso de los procesos y formatos democráticos. Y aportando una gran dosis de realismo político basado en la naturaleza interdependiente (española, europea, global y digital) de cualquier soberanía. Ésta, o es compartida o será un mal proyecto para los catalanes. Hablemos claro, sin complejos y sin excesos de emotividad y sensacionalismos. Ganemos la batalla de la cultura democrática y de la claridad política. Este es el desafío.

Este nuevo tiempo, obligará a cambios profundos. Cambios, por ejemplo, en la concepción de los partidos como caja de resonancia jerárquica o cambios en nuestra relación con el resto de actores políticos: desde los nuevos movimientos… hasta la colaboración con los progresistas españoles. Los socialistas catalanes no podremos impulsar o participar de este nuevo tiempo bilateral entre Catalunya y España, si no tiene su correspondencia natural y normalizada también en la relación bilateral entre el PSC y el PSOE.

Las tesis y las voces atrapadas en la lógica del pasado tienen limitadas su capacidad de análisis y sobretodo de propuesta. Mi generación (como actitud, no como edad) no renuncia al legado de la historia, incluida su pesada carga, pero si quiere escribir su propia historia deberá cambiar de mochila. Ésta no es que sea pesada, es que no contiene lo que necesitamos para esta nueva etapa: ni brújula, ni cartografías adecuadas.

Permítanme un apunte personal. Descubrí el socialismo de muy joven, en un ambiente familiar agrario y humilde totalmente ajeno al “mundo burgués”, de la mano de personas que, como Ernest Lluch, estaban convencidas de que el socialismo no sólo se conseguiría con determinadas políticas públicas sino también a través de la ética y la moral de cada uno de nosotros; que, como Joan Reventós, creían que el socialismo era también un sentimiento; y que, como Jordi Solé Tura, afirmaban que las reformas a menudo son mucho más difíciles que las revoluciones.

Descubrí el socialismo de la mano de personas que no podían concebir la lucha por la libertad, la igualdad, la solidaridad, la dignidad de las personas y en definitiva, por una sociedad cohesionada, como una lucha desgajada de la cohesión nacional. Formaban parte todos ellos de una corriente dominante que vinculaba cohesión social y cohesión nacional; que consideraba un bien superior a preservar la integración comunitaria y velaba por evitar las fracturas identitarias. Sólo con cohesión nacional era posible una verdadera cohesión social en Catalunya. Desde estos principios debemos comprender e incluso reafirmar la opción estratégica del PSC de evitar la resurrección del lerrouxismo y priorizar la unidad civil del pueblo de Catalunya para evitar la división comunitaria de la sociedad catalana y los conflictos derivados de ella.

El futuro del PSC dependerá, paradójicamente, del grado de renovada fidelidad a su pasado, a sus orígenes. La justicia social es el objetivo; el autogobierno, su instrumento y la nación abierta, nuestra sociedad. Una coherencia con nuestro proyecto fundacional que no tiene nada de nostálgica ni de añorada. Y para ello necesitamos un nuevo modelo de partido de amplia base, plural e integrador, radicalmente anclado en la modernidad, que haga de su praxis democrática interna una prueba palmaria de su vocación de servicio público a la sociedad catalana.

El PSC está en una triple encrucijada: interna, catalana y española. Sólo más coraje y más claridad podrán contribuir al acierto que necesitamos.

Laia Bonet es jurista y diputada socialistas en el Parlamento de Cataluña.


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Article publicat a: El País
Data de publicació: 6 de Setembre de 2012

La cruïlla del socialisme català

No és cap secret que el socialisme català travessa una profunda crisi, fins al punt que proliferen qui o bé el donen per mort o bé atribueixen el seu malparat estat a errors de fons en les seves opcions estratègiques, quan no al propi fet de la seva mateixa existència independent del socialisme espanyol.

És especialment substantiva la crítica que es fa al socialisme català d’haver desaprofitat els seus anys de govern per imposar el seu model de societat i desmuntar el paradigma nacionalista, considerat com a expressió de l’hegemonia burgesa. Així ho defensava en aquestes mateixes pàgines José Luis Álvarez, en el seu article La lluita final de la burgesia catalana. Però aquí hi ha un malentès: no és el mateix un partit nacionalista que un partit nacional, i el PSC és des del seu naixement un partit nacional català, que reconeix Catalunya com un subjecte polític amb identitat pròpia, compartint per tant els fonaments bàsics del catalanisme (reconeixement nacional i autogovern) i aportant-li la tradició federalista.

En conseqüència, mai el PSC ha considerat que l’autogovern entrés en contradicció amb el seu programa de reforma social, ans al contrari: per realitzar aquest programa era i és necessari un potent instrument polític per fer-ho. Aquest és el sentit profund de la reforma de l’Estatut impulsada pel Govern d’esquerres i catalanista presidit per Pasqual Maragall i de la defensa que va fer del mateix José Montilla. Aquesta opció no significava subordinar-se a l’hegemonia política i ideològica del nacionalisme conservador, sinó precisament la prova de la voluntat de disputar aquesta hegemonia.

Però a més, l’Estatut era molt més que un projecte d’autonomia per a Catalunya, era un projecte per a Espanya, pensat des de Catalunya. Era una oportunitat -si ho prefereixen- per a Espanya i es va perdre. La van perdre els qui s’enorgullien de laminar un text ratificat, o impulsar la seva retallada al Tribunal Constitucional utilitzant políticament com a tercera cambra (com recentment ha advertit el professor Rubio i Llorente). La vam perdre, també, els que vam cometre alguns errors de càlcul o de mètode. Errors que van ser utilitzats pels qui no volien la transformació d’Espanya ni tampoc permetre que Catalunya pogués anar més enllà com necessitava, volia i reclamava. El pensament centralista es va imposar: si no pot ser per a tots, que no sigui per a Catalunya. Així, aquells mesquins i egoistes, ens han deixat a la cruïlla, fent el pitjor servei possible a la causa que deien defensar: Espanya.
Aquesta és la qüestió que hem d’afrontar, sense malenconia pel que va poder ser i no va ser. Es va malmetre l’esperit constitucional i, a més, la seva lletra és en part incomprensible per a una societat en la qual ja més de la meitat dels seus membres no van votar la Constitució, simplement perquè no teníem l’edat o no havien nascut.

Aquesta oportunitat perduda ens deixa en una cruïlla: o la independència o una exigent i forta relació bilateral, específica i pròpia. Lamentablement, serà una relació més freda, més efectiva que afectiva, però no per això menys natural o democràtica que en altres estats complexos i diversos. Si Espanya no vol transformar-se serà una oferta menys eficient (com a Estat) i menys atractiva (com model), però Catalunya ja no esperarà més. Aquesta és la realitat. Es podrà, en un exercici de supèrbia unitarista i centralista, no comprendre, o no voler fer-ho, però ja no es podrà ignorar. Aquest és el canvi i el repte al que hem d’afrontar.

En aquest context, ha mort el catalanisme polític, i amb ell un dels seus pilars, el socialisme català, com proclamen els nous profetes? Aquell que a l’origen fundacional plantejava més Catalunya i una altra Espanya? Ens toca a una nova generació de catalanistes i progressistes abordar el repte i la cruïlla amb bases i equacions noves, superant el bucle de recels, decepcions i desconfiances. Necessitem més naturalitat per abordar els reptes. Per entendre’ns: menys passió nacional i més passió democràtica. Aquesta és la clau.

Els demòcrates, quan tenen disputes o desacords, dialoguen, acorden els procediments de resolució i resolen en conseqüència. Fins i tot la ruptura. Dialogar i acordar. Això és el que cal fer. Amb serenitat i respecte. I veurem on arribem. Però la deriva impositiva (sobiranistes) o restrictiva (centralistes), que està nodrint d’actituds i fonaments més viscerals que racionals, no presagia res de bo, ni -lamentablement- nou.

El PSC ha d’estar en aquesta cruïlla amb posicions més realistes i menys apriorístiques. Si ho prefereixen, més cíviques i menys ideològiques, en el sentit clàssic del terme. Defensant les seves idees, necessàriament diverses si volem seguir assemblant-nos la societat catalana -com afirmem amb excés d’orgull-, però centrant-nos en els valors i principis democràtics que tot procés de negociació i pacte: respecte, claredat, coherència i compliment escrupolós dels processos i formats democràtics. I aportant una gran dosi de realisme polític basat en la naturalesa interdependent (espanyola, europea, global i digital) de qualsevol sobirania. Aquesta, o és compartida o serà un mal projecte per als catalans. Parlem clar, sense complexos i sense excessos d’emotivitat i sensacionalismes. Guanyem la batalla de la cultura democràtica i de la claredat política. Aquest és el desafiament.

Aquest nou temps, obligarà a canvis profunds. Canvis, per exemple, en la concepció dels partits com a caixa de ressonància jeràrquica o canvis en la nostra relació amb la resta d’actors polítics: des dels nous moviments … fins a la col·laboració amb els progressistes espanyols. Els socialistes catalans no podrem impulsar o participar d’aquest nou temps bilateral entre Catalunya i Espanya, si no té la seva correspondència natural i normalitzada també en la relació bilateral entre el PSC i el PSOE.

Les tesis i les veus atrapades en la lògica del passat tenen limitades la seva capacitat d’anàlisi i sobretot de proposta. La meva generació (com a actitud, no com edat) no renuncia al llegat de la història, inclosa la seva pesada càrrega, però si vol escriure la seva pròpia història haurà de canviar de motxilla. Aquesta no és que sigui pesada, és que no conté el que necessitem per a aquesta nova etapa: ni brúixola, ni cartografies adequades.

Permetin-me un apunt personal. Vaig descobrir el socialisme de molt jove, en un ambient familiar agrari i humil totalment aliè al “món burgès”, de la mà de persones que, com Ernest Lluch, estaven convençudes que el socialisme no només s’aconseguiria amb determinades polítiques públiques sinó també a través de l’ètica i la moral de cada un de nosaltres, que, com Joan Reventós, creien que el socialisme era també un sentiment, i que, com Jordi Solé Tura, afirmaven que les reformes sovint són molt més difícils que les revolucions.

Vaig descobrir el socialisme de la mà de persones que no podien concebre la lluita per la llibertat, la igualtat, la solidaritat, la dignitat de les persones i en definitiva, per una societat cohesionada, com una lluita esqueixada de la cohesió nacional. Formaven part tots ells d’un corrent dominant que vinculava cohesió social i cohesió nacional, que considerava un bé superior a preservar la integració comunitària i vetllava per evitar les fractures identitàries. Només amb cohesió nacional era possible una veritable cohesió social a Catalunya. Des d’aquests principis hem de comprendre i fins i tot reafirmar l’opció estratègica del PSC d’evitar la resurrecció del lerrouxisme i prioritzar la unitat civil del poble de Catalunya per evitar la divisió comunitària de la societat catalana i els conflictes que se’n deriven.

El futur del PSC dependrà, paradoxalment, del grau de renovada fidelitat al seu passat, als seus orígens. La justícia social és l’objectiu, l’autogovern, el seu instrument i la nació oberta, la nostra societat. Una coherència amb el nostre projecte fundacional que no té res de nostàlgica ni d’enyorada. I per això necessitem un nou model de partit d’àmplia base, plural i integrador, radicalment ancorat en la modernitat, que faci de la seva praxi democràtica interna una prova palmària de la seva vocació de servei públic a la societat catalana.

El PSC està en una triple cruïlla: interna, catalana i espanyola. Només més coratge i més claredat podran contribuir a l’encert que necessitem.

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